existe un lugar en la memoria de nuestro ordenador (interno y ese que usamos para poner en palabras lo que sentimos) en donde quedan vagando esas palabras que no llegaron a ser obras, textos publicables o cualquier otra cosa en donde tengan cierto orden y lógica.
Porque como dice la canción nada se pierde, todo se transforma, esta especie de desorden literario forma parte de esos momentos en que una escribe sin saber para quién o para dónde...
Sin título I
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Porque como dice la canción nada se pierde, todo se transforma, esta especie de desorden literario forma parte de esos momentos en que una escribe sin saber para quién o para dónde...
(Borradores para ponencia en Encuentro Feminista de Uruguay.2016)
A todo esto vos
lo empezas a aprender de chiquita. El tiempo en tu cabeza es eterno, es algo
que no tiene fin. No conseguía trabajo y un hombre me dijo que si me acostaba
con él me daba medio kilo de azúcar.
Cuando se hacía
la redada estaba en un sótano, éramos chicas, yo tenía 12 años y éramos una
tanda de cómo 15 chicas ahí. Nos metían, ponían la mesa arriba y jugaban al
pocker. Tuve 3 hijos en cautiverio y esos sucios me buscaban, buscaban a las
chicas embarazadas.
No me gusta, no
me gusta, pero no me alcanza para lo que pago de arriendo. Trabajo todavía y
lo que más me duele son los chicos, los niños que se dan cuenta de eso.
Había una maceta
con una planta, que no crecía por más que la madama la regaba. Y puteaba todo
el tiempo. Un domingo me dejan encerrada, había otras chicas, yo era la
nueva. Había una ventana de esas altas, chiquitas. Y las pibas agarraban la
maceta, sacaban la planta y la daban vuelta para turnarse a mirar. Tres
camiones a cada una nos tocaba. Por eso no le crecía la planta…
Yo, un día que
estaba harta y llorando porque un cliente fue bien rudo conmigo… yo le dije
al boss ¨si quieren mis tetas, se las devuelvo¨. Agarré un cuchillo de la
casa y le dije ¨Me las corto cabrón¨. Se rieron de mi, me dieron un par de
bofetadas y quedé castigada. Sin comida dos días, sin ver a nadie. Entonces
me porté bien, ellos tenían razón, a qué me regresaba a Venezuela? A la
pobreza, jodida en la calle, sin plata ni para estudiar… si una no tiene
oportunidades, pues decide lo que otros digan, o no?
Todos estos son
fragmentos de relatos de mujeres que ¡eligieron? la prostitución. Como dice
una de ellas, cuando una no tiene oportunidades no es realmente una quien
decide sobre su cuerpo.
En muchos de los
lugares que estuvimos, hombres y mujeres sostienen que las mujeres que van al
prostíbulo lo hacen por sí solas, que son prostitutas libres. Pero después de
6 años trabajando en este tema, escuchando relatos y viéndolas en su vida
cotidiana, viendo la violencia doméstica y sexual a las que muchas se ven
sometidas, más la presión de sostener a las familias, de pagar alquileres,
estudios, medicinas… es imposible afirmar que no son esclavas de explotación.
Estas sujetas están esclavizadas por los valores culturales, por la condición
social en la que viven, determinadas por el territorio en el que nacieron.
Por qué entonces
el debate no sale al resto de la sociedad?
Esta soy yo, a
los 19 años me fui a vivir a España cansada de discutir con mis padres sobre
mi deseo de ser actriz y no poder hacerlo en una casa en donde creían que esa
no era una carrera sino una forma de no hacer nada en la vida. Llegué sola y
sin papeles, rápidamente me ofrecieron tramitármelos en una casa en donde fui
contratada para limpiar y cuidar chicos. Pero yo había gastado todos mis
ahorros en llegar a Madrid a ser actriz y no podía quedar encerrada en ese
espacio y menos que mis padres se enteraran lo que estaba haciendo. Renuncié
y me ofreció un vecino Mexicano trabajar para él en su inmobiliaria. Le
entregué todos mis papeles para comenzar los trámites. Al poco tiempo
vinieron a citarme para darme trabajo en un boliche nocturno, en una línea
porno y luego mi jefe me encerraba en departamentos vacíos para insinuarme
que sin sexo no había papeles. Estuve perseguida durante un tiempo por una
red de tratantes que convencía a chicas como yo para trabajar de prostitutas
un tiempo a cambio de dinero y papeles.
La coacción
cuando las circunstancias de vida no son las que deseamos o necesitamos para
sobrevivir hace que las elecciones que tomemos estén reguladas por la
urgencia, no por el deseo. No pretendo decirle a ninguna mujer como debe
vivir su vida, pero no deseo que ninguna mujer tenga que pararse en una
esquina, con frío, calor, con temor por su propia vida, dejando a sus hijos
solos para conseguir dinero para un plato de comida. Porque es un engaño
decir que reglamentar la prostitución empodera a las mujeres que están en la
esquina. Nuestro país ya fue reglamentarista y quienes se beneficiaron fueron
los proxenetas, los policías y jueces que hoy también son el sostén de esta
violencia.
Nuestra
experiencia con mujeres que viven en países reglamentaristas sostienen que
viven en igual situación de vulnerabilidad, que es el Estado de manera legal
quienes ahora las violenta con impuestos y persecuciones sobre sus cuerpos y
sobre dónde es legítimo transitar. Toman droga y alcohol para soportar, del
mismo modo que quienes no desean estar ahí lo hacen para dormir el dolor del
cuerpo y la mente. Son las mismas mujeres las que dicen que cuando
quieren salir del no hay opciones posibles, no hay planes, ni apoyos económicos
para emprender otros posibles negocios que no se basen en la venta de sus
cuerpos.
Soberanas es el
proyecto con que le trabajamos hace más de 3 años y que convoca a
pensar el lugar de las mujeres en la sociedad apelando a las sensaciones que
se producen desde los relatos en primera persona de quienes diariamente
construyen y llenan de valor la consigna ¨No más violencia hacia las mujeres¨
o el actual ¨Ni una menos¨. Nosotras creemos que el debate debe ser llevado a
todas partes, pero sobre todo a las escuelas, en donde chicas y chicos están
haciendo sus primeras experiencias de vida y tienen la posibilidad de
pensarse y pensar la posición legitimada de que la prostitución se asume como
la cosa más normal del mundo cuando se trata en realidad de un negocio que
otorga ganancias solo a un grupo reducido de personas, en general hombres, y
que incorpora todas las cadenas de la explotación social, racista y sexista
vigentes en nuestras sociedades.
Esto no es
pararse en la vereda de enfrente de quienes están en la esquina, sino
trabajar como abolicionistas para que las provincias que aún sostienen
códigos contravencionales que persiguen a las sujetas en situación de
prostitución sean retirados y legislen a favor de ellas como estado
protector, en cualquiera de las elecciones que como sujetas realicen,
garantizando los recursos necesarios para que puedan elegir libremente dónde
quieren estar.
Lejos de
casa, o tal vez solo a unos metros. Te sacaron todo, todo lo que pueden
sacarte cuando no tenés nada. Te sacaron de vos. Solo sos un pedazo de carne
que se pudre. El tiempo en el encierro se cuenta por cantidad de hombres que
pasan por tu cama. Toda tu vida en ese único espacio que es tu descanso y tu
terreno de guerra. No importa cuanto resistas, ellos terminarán por domarte.
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Sin título II
Yo acá con tanto deseo de
quererte y vos sumergido en el silencio en el que te regodeas con tus
demonios. No me rindo a la idea de que
vos y yo sigamos siendo dos solos en el mundo. Ya no creo posible continuar
intentando querer cuando tengo la certeza que el ser amado está allá afuera
negándose a mí. Si una se pasa la vida buscando la parte que la complete, que la
haga sentir viva, que despierte sensaciones a cada segundo… por qué nosotros
que nos encontramos al inicio del mundo, nos enamoramos, nos perdimos, nos
volvimos a encontrar, nos amamos con el cuerpo al que tanto temor le temíamos…
la carne lejos de separarnos nos unió más y una vez más nos alejamos, bien
fuerte y rotundo... pero nos volvimos a encontrar, nos volvimos a amar pero sin
animarnos a hacerlo por completo. Cuál
es el miedo que encierra este acto egoísta de no entregarse al otro por
completo.
Será mi obsesivo deseo de
representar el papel de jineta que viene al rescate del príncipe encerrado en
la torre que no puede escapar de sus fantasmas, la que me une después de tanto
tiempo a vos?
Y se me acaban las estrategias,
ya no doy vueltas y me abro a vos, aunque duela más que la vez anterior me doy
permiso de sentir la locura de estar en tus brazos y recorrerte con los míos.
La pasión de sentir tu cuerpo penetrando el mío, tus manos amasando, agarrando,
arrancando pedazos de mi piel… tu lengua me recorre, me chupa, me succiona, se
lleva todo lo que tengo para darte y no consigo atravesar el muro que pones
entre nosotros.
Rompes mi corazón una y otra vez.
Repito que no me merezco esto, nadie lo merece. Sin embargo no puedo arrancarte
de mí. No hay dolor más bello que tu piel y la mía unidas por el paso del
tiempo como si fueran una sola.
Manifiesto de una teta feliz
Se había acostumbrado a vivir
desprejuiciada, libre por el mundo, sin ataduras. Atrás quedaron los chistes
que soportó durante la adolescencia por ser tan chica, casi invisible ¨nada de
pecho, nada de espalda¨, ¨te las chupo a ver si te crecen¨, ¨flor de esfuerzo
hay que hacer para encontrarlas¨. Probó
algodón, pull up, siliconas falsas… pero todo era muy artificial y si hacia
afuera se veían bien, hacia adentro se sentía mal.
Descubrió los beneficios de un
buen escote gracias a su primogénito y de pronto se convirtieron en ¨flor de
tetones¨, ¨te saco toda la leche¨, ¨te hago 20 hijos más¨. Sostuvo el escote porque
que era lo más práctico para amantar: tenerlas sueltas y al alcance de su hijo…
pero el pudor que no tuvo de adolescente la acompaño en toda la lactancia y
casi que la expulsó al grito de la sociedad de ¨dale leche maternizada es más
fácil, práctica y tiene todos los nutrientes que tu hijo necesita¨… De verdad
hay que ser una madre fuerte para escuchar un argumento tan ilógico y no querer
patearle la cara a médicos, enfermeras, amigos, padres, compañeros… que más práctico
que la teta, que está ahí, lista, al alcance de la mano, a la temperatura
exacta que disfrutan, bien pegaditos a mamá y dándole amor además de alimento.
Todos hablan de las tetas, pero cuando la teta se convierte en algo sagrado se
rodea de un silencio tan profundo que tu mejor aliado para salir de dudas es
internet. Fue la teta sufrida, la que costaba que salga, la ampollada, la
dejada de lado una y otra vez. Y así, como quien no quiere la cosa ganó el
cartón y volvió a su forma de pasa de uva.
La segunda vez que se llenó de
leche anduvo orgullosa mostrándole al mundo que su ella (teta) era más grande
que la cabeza de su hija. Su mamífera chupaba extasiada y hasta compartió la
leche con otros bebés que necesitaban.
Después de 15 meses de orgasmos de madre e hija, sin previo aviso se
secó. Se secó y no quiso saber de razones, dietas o pellizcones para volver a
crecer. Así, pasa de uva más arrugada, puro pezón… mi torso se convirtió en una
especie de chiste de mal gusto. La cicatriz de la cesárea obligada por parto de
cola formando una sonrisa cruel, el ombligo deformado por el vientre deshinchado
como una nariz de cerdo y mis tetitas ojos tristes de payaso en desuso.
Busqué mi autoestima más adentro,
ahí donde no se ve. Pero qué difícil momento elegí, recién separada, con las
crías a cuestas y un cuerpo lleno de cicatrices recordándome la reciente y eterna
maternidad. Y con las tetas al aire, así
chiquitas y todo, sin corpiños que las levanten o las presionen hasta que no
puedas respirar, porque tu hija decidió agarrarse fuerte de ellas hasta que
desaparezcan de sus manitas.
Esas tetas, a veces sagradas, a
veces bien putas, esas tetas que dan seguridad o esas tetas que te meten para
adentro, esas tetas de madre, de esposa, de hija, de mujer, de señorita, de
niña… esas tetas sobre las que todes hablan son las mismas tetas censuradas.
Son las mismas tetas que tienen que responder a un cánon de belleza (como todo
lo demás) a fuerza de corpiños agobiantes, de cirugías invasivas, de tetas
plásticas, siliconadas, hombreras, de hormonas… cualquier material es bueno
para pertenecer. Esas tetas
fotografiadas por todas las marcas, desde la lógica de la ropa interior hasta
la ilógica de una cerveza, si son expuestas públicamente desde nosotras, desde
nuestras redes, en una especie de resistencia a la imagen cultural imperante,
son censuradas. No importa si es una teta que amamanta, si es una teta que
acaba de ser reconstruida después de un cáncer de mamá… son tetas que no se
quieren mostrar, son tetas reales, de mujeres que las usan, no que las tienen
ahí solo para ser expuestas como mercancía. Somos ofensivas, nos denuncian, nos
llegan intimaciones por compartir material pornográfico, nos bloquean nuestras
redes hasta que juremos una y mil veces encuestas virtuales que prometan que no
lo haremos más.
Mientras tanto, cientos de
mujeres renunciamos a horas de sueño denunciando aquello que sí sabemos con
certeza que es contenido explícitamente sexual, que comparten imágenes robadas
de niñas en malla, bikini, en situaciones de completa naturalidad con su cuerpo
y que pedófilos usan para masturbarse, pero que las redes deben chequear una y
otra vez si son ofensivas o no. Imágenes de mujeres descuartizadas, de Ángeles
metidas en bolsas de residuos, de niñas abusadas que llenan el muro de todas
las agrupaciones feministas en un acto de desesperación para que algún
dirigente decida tomar el caso o los medios (esos aliados perversos) le den
difusión solo por el raiting que generan esas fotos de alto impacto. El mismo
raiting que les genera a las grandes marcas una mujer en tetas.
En medio de esta crisis personal
de necesitar encontrar afuera lo que no logro reconstruir por dentro, porque
somos imagen también, y cuando te miras al espejo y solo ves cansancio de
mujer-madre-trabajadora, impotencia de militante, necesidad de volver a
sentirte linda ( no linda según el mercado, sino de encontrarte con esas partes
que te gustan de vos) volví al espejo y me reí de mi teta, mi teta chiquita,
pasita de uva, puro pezón estirado por la succión de dos hijes y la mano de una
que no quiere soltarlo… sentí que debía volver a encontrarle un sentido a esa
teta para que recupere la libertad de su juventud. Recordé mi acto de rebeldía
a los 19 años, lejos de casa viviendo sola perforando mi nariz (cuando no se
usaba acá) sintiendo que podía decidir libremente sobre mi cuerpo. Recuerdo el
placer, recuerdo no poder abandonar el espejo mirando ese agujero que
significaba libertad. Es que los símbolos son eso, construcciones cambiantes
relacionadas con lo cultural y las distintas formas de percibir la realidad.
Recuperé la adrenalina de mi
adolescencia y sin pensarlo abrí mi teta al mundo para perforarla y volver a
sentirla desprejuiciada y rebelde. Y decidí compartirlo también, con el mundo
virtual. Y aparecieron los inmaduros que escuchan la palabra teta y se les para
la pija, pero también aparecieron las mujeres que se vieron identificadas con
el sentimiento de reconstrucción del cuerpo de una, los hombres que se
sorprendían de nuestros argumentos y felicitaban la idea de ser felices sin
tener que responder a lo que el mercado impone. Todas las conversaciones
filosóficas y culturales que se dieron sin fronteras entre feministas,
machistas, y cualuquiera que tuviera ganas de opinar a lo largo de tres días en torno a esta teta
feliz fueron denunciadas y borradas de todos lados. No quedó registro para recuperar, para
repensar qué nos pasa como sociedad. No creo que haya sido la teta lo obsceno
que se denuncia, una teta que casi no se ve, ahora invadida por un piercing,
creo que lo insultante fue la felicidad con la que se exponía al mundo, de
nuevo desprejuiciada sin temor a ser juzgada.
Volví a mirarme al espejo y a
enamorarme de ella, de su imagen que representa la libertad de poder decidir
sobre mi cuerpo. Me recuerda también que aún quedan muchas batallas que dar,
porque para poder decidir libremente sobre nuestros cuerpos nos faltan
conquistar los derechos más básicos: decidir cuándo queremos ser madres,
decidir cómo vivir nuestra sexualidad libremente, recibir educación sexual
integral porque la información es poder… pero sobre todas las cosas dejar de
pelear para seguir vivas y así poder vivir eligiendo cómo queremos vivir
nuestras vidas.
2016.
Sin título I
Ya
no es como la primera vez, cuando no sabíamos como reaccionarían nuestros
cuerpos al encontrarse. Cuando el deseo de besarnos y tocarnos chocaba con la
idea de ¿no gustarnos?. Recuerdo haberte deseado mil veces, recuerdo no
animarme a dar ese primer paso. No me acuerdo por qué. Tal vez quererte tanto
era lo que me alejaba de desearte también. El temor de la carne entre nosotros,
y después ¿qué?
La
primera vez que entraste en mí la recuerdo como si hubiera sido ayer, como si
no hubiera existido otra primera vez para mi, si la cuenta empezara de cero
otra vez. Recuerdo mis lágrimas mezcladas con el goce de sentirte eternamente
mío. Recuerdo que saliste, de pronto, que escapaste. También recuerdo mi
búsqueda desesperada por volverte a tener, un ratito más, una dulce tortura. Porque
en ese mismo instante supe que no serías mío nunca más.
Te
gocé, te bebí, me llené de vos. Sabía que lo nuestro era imposible, pero
necesitaba sumergirme bien profundo, tocar fondo, verte ir, arrancarme de tu
vida y quedar para siempre rota de vos.
Me
doliste mil noches, invadiste mis sueños más de las veces que hubiera imaginado
posible tolerar, sensaciones… tu cuerpo, mi cuerpo, mi corazón, dolores
compartidos, una vida y pensar vivirla sin saberte ahí fue dolor, puro dolor.
Me
enojé, quise dejar de quererte, quise explicarle a mi mente lo que el corazón
no entendía. Sabía perfectamente que a ese punto en donde nos habíamos vuelto a
encontrar éramos dos extraños. Sabía que es imposible amar lo que no se conoce…
sin embargo sos casi el único ser en esta tierra que sabe quién soy.
Entonces
me reconcilié, acepté que cuando se ama como yo te amé a vos, y como sé que me
amaste, con el amor más puro que dos personitas que recién despiertan a la vida
se tienen, no existe reemplazo para ese amor. Acepté que por alguna razón del
destino no fuiste el primer hombre de mi vida, ni el segundo, ni el tercero…
que fue necesario que pasara mucho dolor para entender dónde está el amor. Me
reconcilié con el recuerdo de las noches en que después de horas de hacer el
amor, escapabas de mi, de nosotros, que sé yo. Y finamente entendí que
seguramente te causé un gran dolor sin darme cuenta y que me alejaste porque no
estabas a salvo dejándome cerca de tu vida.
Y
me escapé, de vos, de tu sombra, de la idea de encontrarte alguna vez… porque
entendí que yo voy a amarte siempre. No sé cómo, pero te veo y tiemblo, y
siento mariposas en la panza, y mi cabeza me avisa que probablemente es un
error, que no me conoces (ha pasado una vida sin vernos, los mundos tan
distintos!) y sin embargo te tengo cerca y es como si fuera ayer, o antes de
ayer. Como si otra vez estuviéramos en la parada del 110, vos con tus jeans
verdes ajustados, tu campera negra y tu pelo largo… y me arrinconas contra la
pared y yo me deshago en tus brazos, me pierdo en tu lengua, me embriago y me
lleno de vos…
HAY DÍAS
Hay
días buenos, días malos, días que no significan nada y días raros. Pero también
hay días como hoy.
No
sé como llegué hasta acá. Tome un subte, después el tren, caminé cinco cuadras
derecho, doblé en la plaza y caminé dos cuadras más hasta la esquina. Bueno… si
sé.
Son
las diez de la mañana, normalmente estaría en la oficina, probablemente haciéndome
un café, seguramente ordenando una larga jornada de trabajo. Pero hoy no, hoy
estoy sentado en una esquina.
Cuando
la gente pregunta por el primer amor ¿qué es lo que están preguntando? ¿Por aquella
persona con la que te diste el primer beso? ¿Por aquella con la que lo hiciste
por primera vez (digo lo hiciste porque si dijera hacer el amor estaría dando
por sentado que en esa relación sexual había amor y cómo saber si es amor si es
justamente lo que me estoy preguntando)? ¿O es acaso quién hizo que por un instante
(o por muchos) te sientas la persona más especial en el mundo?
La
esquina. Esta esquina. La esquina de mi casa, que para mí no significaba nada más
que el lugar donde doblaba para ir a comprar bizcochitos a lo del pelado.
Mamá
solía saludar a todo el mundo, y cuando digo todo el mundo es verdad. Mi mundo
era más grande que yo, que tenía solo tres años, y mamá parecía conocer a todas
las personas que caminaban por donde nosotros caminábamos. Yo quería ser como
ella, pero había demasiada gente a la que saludar y satisfacer con mi sonrisa y
mis rulos que constantemente eran tocados por alguna mano metida (odiaba el
chiste que todos hacían de que iban a cortarme un rulo para ponérselo ellos,
todos menos el pelado, que me dejaba decirle así porque no tenía pelos, ni
uno). Así que decidí que solo gastaría palabras en quién yo quisiera. Y ahí iba
mi mamá, saludando a todos y yo de su mano haciéndome el indiferente.
Mamá
hablaba mucho con una señora, nunca la miraba, ella decía que yo tenía
vergüenza, pero la verdad es que era parte de mi plan, y ellas hablaban tanto que
solo para molestarla no quería hacerme su amigo.
Yo
era chico, pero eso parecía no importarle a mi mamá a la hora de hacer sus
viajes. Y la verdad es que cuando ella se iba todos me consentían, así que a mi
tampoco me
importaba.
Se
fue a Paraguay. Inventó un juego (siempre inventaba juegos antes de irse). Mamá
le dijo a su amiga de la esquina que se iba a Paraguay, y ella le contó de su
casa, de su mamá y de los mejores lugares para comprarme regalos a mi. Levanté
la mirada para ver la cara de esa señora que sin conocerme le recordaba a mi
mamá que además de su viaje no tenía que olvidarse de tomarse un tiempo para
elegirme el mejor regalo paraguayo.
Desde
ese día decidí que sería mi amiga: Irene.
Los
días que mamá no estuvo pasé por al lado de ella con mi tía que, como no la
conocía, no la saludaba. Pero Irene me guiñaba un ojo, y yo daba vuelta la cara
y miraba como me hacía chau con la
mano. Era un secreto entre los dos.
Mamá
volvió con regalos y esa mañana corrí a la esquina a contárselo. También jugaba
a que hablábamos en paraguayo (una vez le pregunté al dueño del supermercado
chino si hablaba en paraguayo porque no entendía lo que me decía).
Llegué
temprano. Ésta no era la hora en que solía encontrarla. Pero ahora hay más
chicas que miran como ocupo su parada.
Algunos autos pasan rápido, otros detienen la marcha para mirar, uno bastante
lujoso hace subir a una de las chicas. Eso tampoco cambió, aunque antes no
entendía a que estaban jugando.
Esa
mañana, cuando mamá abrió la puerta de calle busqué desesperado a Irene, no la
veía y mamá gritaba con que no me aleje de ella porque me podían robar. Doblé
la esquina sabiendo que se me venia un tirón de orejas (pero los de mi mamá no
dolían). Y ahí estaba, cerca del cordón de la vereda, mirando el infinito.
Corrí a abrazarla y ella me abrazo tan fuerte que me levantó con sus brazos. Me
agarré con las piernas a ella pero no pude envolverla, y mientras acariciaba
mis rulos (esos que otras mujeres querían cortar) le conté que la noche
anterior el doctor me había cocido la frente porque me corté la cabeza ¨por
desobediente¨ acotó mamá.
Puso
su mano sobre la venda, pasó sus dedos dulcemente, mientras con la otra mano me
sostenía fuerte contra el pecho.
Mamá
nunca pudo hacer eso, era muy chiquita y si me hacía upa tenía que agarrarme fuerte
con los dos brazos porque si no corríamos el riesgo de caernos los dos. Y ella
no quería soltarme, pero sus huesos se me clavaban cuando yo apoyaba mi cabeza
en su pecho y eso realmente me molestaba a la hora de dormir.
Irene
era mi amiga y yo se lo contaba a todos los vecinos del barrio que miraban a mi
mamá como si estuviera loca. Todos los días tenía una enorme sonrisa para mi,
un abrazo para darme y sobre todo dos oídos grandes para escuchar mis hazañas
mañaneras.
La
gente sigue pasando por al lado de las chicas y hacen de cuenta que no las ven.
Solía
ponerme nervioso cuando Irene no estaba. Recuerdo una sensación de mariposas en
la panza, pero eso es imposible, el amor tiene que entenderse para poder
llamarlo por su nombre ¿no? y a los tres años se supone que solo podes amar a
tu mamá, aunque nadie te diga por qué, o el por qué sea que fue ella quien te
trajo al mundo.
¿Y
si yo no quería este mundo?
No
hay Irenes esta mañana, ni aquella mañana que salí a la calle y no la ví. Mamá
también se puso triste, pero ella tenía otras amigas. Yo la había elegido a
ella y ella a mi.
Si
tuviera auto podría ser uno de los conductores que pasan por la calle y
aminoran la marcha mirando las esquinas. Si tuviera auto pararía en cada una de
las esquinas, pero seguramente me mirarían como la miraban a mi mamá saludando
a cada una de las chicas. Ya no
hablan como antes, tienen la mirada perdida. No sonríen con la luz que ella lo
hacía.
Ya
me acuerdo, estaba cansada.
Le
dolía estar parada en la esquina (por eso seguramente usaba zapatillas).
Mayo de 2012.
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